lunes, 14 de enero de 2013

La Estéril Idolatría del Éxito



En su poema-máxima “Ídolo”, Emilio Adolfo Westphalen escribe: “se arremolinaron de repente las palabras para formar un bloque compacto e indisoluble al cual no quedaba sino someterse”. Uno de los ídolos de nuestra contemporaneidad es la idea de que la felicidad es una posibilidad y un deber que tenemos para con nosotros mismos. Ese ídolo se llama éxito y se supone que nuestra vida solo se encamina hacia la dicha en tanto le rindamos el debido culto, mediante la entrega al trabajo y el triunfo en la competencia. Entonces, si la alegría no nos acompaña resulta que somos nosotros los únicos culpables, pues nos ha faltado el compromiso que este ídolo nos demanda a cambio de la felicidad que nos promete.


Sabemos, en el fondo, que las cosas no son tan simples, pero el hecho es que el éxito es el ídolo más resplandeciente en el altar de nuestra época. Cegados por ese resplandor somos llamados a radicalizar nuestra adoración. Y cuando, pese a nuestros esfuerzos y sacrificios, y a la buena conciencia de haber cumplido con el culto, resulta -de improviso- que la tristeza nos sujeta, en ese momento, lejos de cuestionar al ídolo, nos quedamos sin palabras. El malestar está allí, sólido, pero permanece mudo, no dice nada. Y tampoco parece dejarse influir por las palabras o conjuros que, para disiparlo, tratamos de articular. El ídolo no ha cumplido su promesa, y, en medio de todo, ni siquiera lo cuestionamos.

Sospechamos que detrás de las palabras y promesas que nos están fallando hay otras palabras y otras promesas, pero esa sospecha no es suficiente como para disipar la pesada tristeza que nos hunde en nuestro mun­do interior y que nos invita a flagelaciones y castigos para salir, depurados, ágiles y veloces, a cumplir con el mandato del ídolo que esta vez sí nos dará nuestro premio.

Podemos saber que ese ídolo es una estafa, y, sin embargo, seguir rindiéndole la vida. La cons­tatación de su vacuidad no es suficiente para escapar de su hechizo. En realidad, este ídolo, llamado “éxito”, es la versión seculari­zada de un ídolo más antiguo y funda­mental. Me refiero al culto a la actividad como único camino de salvación. Esta es la revolución en las mentalidades que introdujo la reforma protestante en el norte de Europa y que hoy, en una forma secularizada, llega a todas partes, especialmen­te a países como el nuestro, ávidos de progreso y democracia. El trabajo se convierte entonces en una suerte de religión, en un vínculo aparen­temente sólido con lo trascendente. Allí, en el trabajo empecinado, estamos salvos.

Todo tiempo debe ser productivo, convertido en oro, esta es la exigencia del ídolo. Se instala entonces la disposición que domina la vida: economizar el tiempo, disminuir los costos, aumentar la producción. Entonces, otras activi­dades -la contemplación, el humor, la conver­sación, el juego- se convierten en realidades de segunda categoría, en sospechosas desviacio­nes de nuestro deber. En todo caso, para satisfa­cer los deseos frustrados y aligerar el peso de la añoranza, está el enorme poder de la industria del entretenimiento. La evasión sistemática de nuestra realidad.

Será por ello que nos la pasamos trabajando aun cuando pensemos con tristeza que más ayudaría a nuestra felicidad estar intercam­biando afectos con las personas que amamos. Pero estamos divididos. El logro de una mayor integridad parece un objetivo remoto. Yes que la adicción al trabajo en la que resulta la reli­gión del cálculo es también una forma de huir del desafío que significa salir de nosotros mis­mos, una manera de tratar de ser invulnerable a la (desilusión que los otros nos despiertan.

Estas fiestas son un momento propicio para darse cuenta de que el avance del ídolo del éxito y de la lógica del cálculo, es el retroceso del amor. Y el amor es el único sentimiento que da valor a la vida. De otra manera estamos conde­nados a la estéril idolatría del éxito.


La religión del cálculo
Por GONZALO PORTOCARRERO
Sociólogo
Tomado de ElComercioPeru.pe

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