domingo, 12 de abril de 2009

Prohibido leer antes del 2032

Así como existen esos temibles documentos de pago diferido, (esos chequecitos con fecha por venir que, esperanzadamente, se firman hoy que no tenemos ni un mango y se cobran, sabe Dios, cuando haya plata), en esta columna hemos querido inaugurar para ustedes un nuevo servicio: los artículos de lectura diferida, (los escribimos hoy que no tenemos ni la más puta idea de nada y ustedes los leen cuando tengan algún sentido, es decir, de aquí a 25 años con un poco de suerte o, en su defecto, nunca). ¿Se entendió? Muy bien. Que quede claro entonces. Por ahora, a pasar la página rápidamente porque acá no hay nada qué leer, por el momento. He aquí una auténtica noticia del futuro. 


Lima, 10 de abril de 2032

Señor Fujimori:

Desde el día en que lo vi salir en libertad, me propuse dedicar estos dos meses íntegros al pausado, memorioso y reflexivo ejercicio que ha significado la escritura de esta carta. Le soy franco: cuando lo sentenciaron, pensé que no viviría para ver llegar este improbable día. Que no viviría usted, se entiende. Pero parece que se tomó demasiado en serio aquello de “¡Chino, no te mueras nunca!” Oiga, tampoco había que ser tan literales, ¿no? Bueno, bueno, le voy a pedir encarecidamente que sepa dispensar el sarcasmo y las malas pulgas. No me tome a mal, soy un hombre de 66 años y creo que, a mi edad, uno ya no está para cojudeces. Son muy pocas las cosas que, a estas alturas de la existencia, logran despertar algún interés en mí pero le confieso que, esta vez, usted lo ha conseguido y con creces al atreverse a lanzar su candidatura a la presidencia para las elecciones de 2036. ¡P’asu madrina! ¡Fuerza 2036! ¡No hay nada que hacer que es usted un chino de almanaque, oiga! ¿Dónde se ha visto un presidente electo a los 97 años? En ninguna parte del mundo, lógico. Pero, ¿no es eso acaso lo lindo que tiene nuestro querido Perú? ¡Acá todo es posible! ¿Acaso se había visto alguna vez un japonés gobernando en América?, ¡Nunca!, ¿y?, ¿acaso alguien dijo algo?, ¿acaso no los cagó a todititos? Dicho sea de paso, la constitución fija edad mínima pero no máxima, ¿no es cierto?, de modo que esta vez no habrá Cristo que se lo impida. Además, aquí entre nos, ¿de cuándo acá le ha interesado a usted un pincho la constitución? ¡Ah, no! ¡pero si usted es la tapa, don Fuji!, ¡usted es colosal! Créame que, para nosotros, los que ya estamos más para la otra que para esta, usted significa un tremendo estímulo, caballero, tremendo ejemplo a seguir. Mientras haya vida habrá ganas de jorobar la pita, ¿sí o no? No tengo duda de que esta vez se la lleva en primera vuelta.

Pero permítame presentarme porque de mí no creo que se acuerde. (¡No se acuerda de quién era el 'Doc’ y se va a estar acordando de mi! ¡Es que también con juicios tan largos se le jode la memoria a cualquiera, oiga! ¡Tanta fecha de masacre, vaya al diablo!, ¡tanto nombre de inocente preso por error, tanto nombre de muertito entreverado lo confunde a uno, caracho, no hay derecho!) Déjeme darle algunas pistas. Nos conocimos allá por enero del 95 en su famosa guerra del Cenepa. ¡Usted y don Vladi nos salían con cada cosa! Y en aquella fecha, juácate, nos salieron con que los monos nos invadían y tanta vaina. Y para allá tuvimos que correr, siguiéndoles la cuerda como huevones, llegando hasta la línea de batalla tras una semana de peque-peque a querosene mientras la pulposa corte de sus periodistas geishas –¡ay, Presi, no sea malito!– arribaban siempre a la voz de Áurea, Charito, Pili y Viole, regias ellas, siempre del bracito de usted, con asiento preferente en el vuelo oficial y sleeping bag reservado en la climatizada carpa presidencial. (¡Ay, Presi, no se pase!) Esa fue la primera vez que yo lo vi en persona –¡qué tal chino este, carijo!– y si lo recuerdo al detalle no es tanto porque obtuviera alguna primicia sino porque ese fue el día en que comimos.

Llevábamos una semana sin provisiones porque –como a nuestros pobres helicópteros se los bajaban uno tras otro, peor que a patos sentados con honda– se habían suspendido los vuelos y reinaba en la Cordillera del Cóndor un hambre de cagarse, oiga usted. O de no cagarse nunca, más bien. De repente, hossana en las alturas, bajó usted de los cielos para alguna especie de inspección relámpago, habló por teléfono satelital, chapoteó en Cueva de los Tayos con el carreta Guido Lombardi, pegó un buen par de carajeadas al general No Me Acuerdo, dio otro par de declaraciones triunfalistas sobre el estribo y, ni bien comenzó a llover, emprendió, junto a su comitiva, una intempestiva retirada en medio de la cual sus edecanes dejaron tirado en medio del barro, un cooler, un milagroso cooler. Obviamente, el primer cooler de la nación en cuyo interior hallamos un verdadero festín de jamones, quesos y atunes que tropa y prensa devoró, por supuesto, entre gruñidos, con furor caníbal. ¡Su famosa guerra del Cenepa!, ¡qué tiempos aquellos!, qué nostalgia, ¿eh? Agradezca que por esos muertos no se le juzgó, zeñó. ¡Dese con una piedra en los dientes! ¿Qué hubiera sido de usted si el país le pedía cuentas por los enésimos muertos de esa entregada Tiwinza a la que una Gisela sospechosamente opinionated ninguneaba llamándola “un cuadradito de tierra”?, ¿qué si inventariaban los mutilados y los inválidos de esa “paz con Ecuador” por la que la congresista Lourdes Flores –¡que la historia me juzgue!– votó tan legendaria?, ¿y qué me dice, por ejemplo, del ya olvidado martirio del escolar Yenuri Chihuala y las rumas de chicos muertos por las minas antipersonas, esos grotescos cadáveres adolescentes sin pies, que regresaban en bolsas negras de una guerra indigna que solo los pobres más pobres pelearon y que, por supuesto, perdimos con horror? Soldado que entrevistábamos una semana estaba muerto a la siguiente y, como nadie daba razón de nada, los deudos venían a lo que antiguamente llamábamos “canal” a reconocer los cuerpos en el video y se desmayaban del llanto frente a nuestros vetustos monitores, de modo que ni usted ni su general victorioso me van a venir a mí con cuentos de Gigantes del Cenepa.



¿Se ha puesto a pensar, don Kenya, en qué momento comenzó esa evidente fascinación suya con la muerte? Me atrevo a ensayar una hipótesis: Comenzó la tarde del histórico rescate de los rehenes de la residencia del embajador Aoki. Qué añoranzas, ¿eh? Esa imagen de usted subiendo las escaleras como un emperador y contemplando –entre impávido y soberbio– los sanguinolentos cuerpos sin vida de Cerpa y El Árabe, obviamente mandados colocar allí como decorado por algún escenógrafo preocupado en que usted pudiera refocilarse –para las cámaras– en tan eficiente carnicería. Nunca se supo exactamente cómo y por qué murió el coronel Juan “Chizito” Valer. Todas las pericias de los antropólogos forenses arrojaron el mismo resultado: los emerretistas no habían muerto en combate, se habían rendido y habían sido ejecutados de un disparo en la nuca para luego entregar sus restos en ataúdes sellados con soldadura autógena. Se dirá a guisa de disculpa que –bah– eran terroristas. Pero alguien tendría que dejar claro aquí que la vida de Martha Chávez y la de un terrorista valen exactamente lo mismo que la del papa que está en Roma y que la mía. No puede ser tan difícil de entender: una vida humana vale exactamente eso: una vida humana. Es un asunto de aritmética elemental. Recuerdo que, la misma noche que a usted lo sentenciaron, entrevisté a la señora Rosa Rojas, una sobreviviente de la matanza de Barrios Altos que había batallado 17 infernales años en busca de justicia. Me partió el alma escuchar su llanto justo después de que Keiko se había jactado de que no lloraría, de que “no le daría ese gusto a sus enemigos”. Escuchar a la señora Rojas diciéndome que Javier, su hijo, el niño de 8 años que el grupo Colina horrendamente asesinó acribillándolo con armas de guerra tendría ahora la misma edad de Kenyi, la luz de sus ojos chinitos, su benjamín. ¿Se imagina usted cómo hubiera sido ver morir a Kenyi a los 8 años, ametrallado por encapuchados terroristas de Estado? Ahora imagínese cómo se sentiría, de qué tendría ganas si escuchara al jefe de ese mismo estado gritando: “Soy inocente”. Mejor todavía: imagínese ahora a un payaso patético como Raúl Romero –autor de memorables canciones por encargo contra Alan– declarando en la portada de Caretas que el salvaje asesinato de Kenyi “era necesario para la pacificación del país, que era un precio que los peruanos teníamos que pagar”.



Pero tampoco nos pongamos tan dark, ¿verdad, mi querido Albertón? Tampoco seamos tan mezquinos. Tan bien que habíamos comenzado hablando de la alegría de verlo regresar al ruedo hecho un patricio venerable. He de reconocer hidalgamente, eso sí, que ha sido una jugada maestra su decisión de pedirle a dos de nuestros más prestigiosos hombres de prensa que lo acompañen en su plancha presidencial al 2036. ¿Qué mejores credenciales democráticas que esas para un dictador que, ante la menor opinión adversa, acosaba periodistas o los secuestraba en los sótanos del SIN, o corrompía al dueño del medio de comunicación, o lo pasaba por la enmierdadora de la prensa chicha, o lo mandaba estrangular por la Sunat, o se las arreglaba para robarle las acciones de su empresa, arrebatarle la nacionalidad y echarlo a él y a toda su familia del país?. Los periodistas que usted acaba de convocar para su fórmula son unas indiscutibles catedrales –¡me quedo corto!– unas basílicas de la libertad de expresión que lo dignificarán y legitimarán. ¡Así se hace! ¡Hay que aprender a ser agradecidos! ¡Hay que hacer pedagogía de la gratitud y darles una lección a todos esos políticos tradicionales que nunca dijeron ni chis ni mus cuando las papas quemaban! ¿O acaso recuerda a Carlos Boloña, a Pancho Tudela, a Eduardo Farah, a Rafael Rey o a Manuel Masías sacando cara por usted? ¡Les comió la lengüita el ratón! ¡No se dijeron nada! Olvídelos. Además, está demostrado que los periodistas hacen excelentes políticos. Lo puedo firmar: se la llevan en primera. Jaime de Althaus y Aldo Mariátegui serán los mejores vicepresidentes que usted y el Perú han tenido jamás. ¡Qué tal gol de media cancha, ingeniero!

Atentamente,

Beto Ortiz

Tomado de:
http://peru21.pe/impresa/noticia/prohibido-leer-antes-2032/2009-04-12/243694

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