Así como existen esos temibles documentos de pago diferido, (esos chequecitos con fecha por venir que, esperanzadamente, se firman hoy que no tenemos ni un mango y se cobran, sabe Dios, cuando haya plata), en esta columna hemos querido inaugurar para ustedes un nuevo servicio: los artículos de lectura diferida, (los escribimos hoy que no tenemos ni la más puta idea de nada y ustedes los leen cuando tengan algún sentido, es decir, de aquí a 25 años con un poco de suerte o, en su defecto, nunca). ¿Se entendió? Muy bien. Que quede claro entonces. Por ahora, a pasar la página rápidamente porque acá no hay nada qué leer, por el momento. He aquí una auténtica noticia del futuro.
Lima, 10 de abril de 2032
Señor Fujimori:
Pero permítame presentarme porque de mí no creo que se acuerde. (¡No se acuerda de quién era el 'Doc’ y se va a estar acordando de mi! ¡Es que también con juicios tan largos se le jode la memoria a cualquiera, oiga! ¡Tanta fecha de masacre, vaya al diablo!, ¡tanto nombre de inocente preso por error, tanto nombre de muertito entreverado lo confunde a uno, caracho, no hay derecho!) Déjeme darle algunas pistas. Nos conocimos allá por enero del 95 en su famosa guerra del Cenepa. ¡Usted y don Vladi nos salían con cada cosa! Y en aquella fecha, juácate, nos salieron con que los monos nos invadían y tanta vaina. Y para allá tuvimos que correr, siguiéndoles la cuerda como huevones, llegando hasta la línea de batalla tras una semana de peque-peque a querosene mientras la pulposa corte de sus periodistas geishas –¡ay, Presi, no sea malito!– arribaban siempre a la voz de Áurea, Charito, Pili y Viole, regias ellas, siempre del bracito de usted, con asiento preferente en el vuelo oficial y sleeping bag reservado en la climatizada carpa presidencial. (¡Ay, Presi, no se pase!) Esa fue la primera vez que yo lo vi en persona –¡qué tal chino este, carijo!– y si lo recuerdo al detalle no es tanto porque obtuviera alguna primicia sino porque ese fue el día en que comimos.
Llevábamos una semana sin provisiones porque –como a nuestros pobres helicópteros se los bajaban uno tras otro, peor que a patos sentados con honda– se habían suspendido los vuelos y reinaba en la Cordillera del Cóndor un hambre de cagarse, oiga usted. O de no cagarse nunca, más bien. De repente, hossana en las alturas, bajó usted de los cielos para alguna especie de inspección relámpago, habló por teléfono satelital, chapoteó en Cueva de los Tayos con el carreta Guido Lombardi, pegó un buen par de carajeadas al general No Me Acuerdo, dio otro par de declaraciones triunfalistas sobre el estribo y, ni bien comenzó a llover, emprendió, junto a su comitiva, una intempestiva retirada en medio de la cual sus edecanes dejaron tirado en medio del barro, un cooler, un milagroso cooler. Obviamente, el primer cooler de la nación en cuyo interior hallamos un verdadero festín de jamones, quesos y atunes que tropa y prensa devoró, por supuesto, entre gruñidos, con furor caníbal. ¡Su famosa guerra del Cenepa!, ¡qué tiempos aquellos!, qué nostalgia, ¿eh? Agradezca que por esos muertos no se le juzgó, zeñó. ¡Dese con una piedra en los dientes! ¿Qué hubiera sido de usted si el país le pedía cuentas por los enésimos muertos de esa entregada Tiwinza a la que una Gisela sospechosamente opinionated ninguneaba llamándola “un cuadradito de tierra”?, ¿qué si inventariaban los mutilados y los inválidos de esa “paz con Ecuador” por la que la congresista Lourdes Flores –¡que la historia me juzgue!– votó tan legendaria?, ¿y qué me dice, por ejemplo, del ya olvidado martirio del escolar Yenuri Chihuala y las rumas de chicos muertos por las minas antipersonas, esos grotescos cadáveres adolescentes sin pies, que regresaban en bolsas negras de una guerra indigna que solo los pobres más pobres pelearon y que, por supuesto, perdimos con horror? Soldado que entrevistábamos una semana estaba muerto a la siguiente y, como nadie daba razón de nada, los deudos venían a lo que antiguamente llamábamos “canal” a reconocer los cuerpos en el video y se desmayaban del llanto frente a nuestros vetustos monitores, de modo que ni usted ni su general victorioso me van a venir a mí con cuentos de Gigantes del Cenepa.
Pero tampoco nos pongamos tan dark, ¿verdad, mi querido Albertón? Tampoco seamos tan mezquinos. Tan bien que habíamos comenzado hablando de la alegría de verlo regresar al ruedo hecho un patricio venerable. He de reconocer hidalgamente, eso sí, que ha sido una jugada maestra su decisión de pedirle a dos de nuestros más prestigiosos hombres de prensa que lo acompañen en su plancha presidencial al 2036. ¿Qué mejores credenciales democráticas que esas para un dictador que, ante la menor opinión adversa, acosaba periodistas o los secuestraba en los sótanos del SIN, o corrompía al dueño del medio de comunicación, o lo pasaba por la enmierdadora de la prensa chicha, o lo mandaba estrangular por la Sunat, o se las arreglaba para robarle las acciones de su empresa, arrebatarle la nacionalidad y echarlo a él y a toda su familia del país?. Los periodistas que usted acaba de convocar para su fórmula son unas indiscutibles catedrales –¡me quedo corto!– unas basílicas de la libertad de expresión que lo dignificarán y legitimarán. ¡Así se hace! ¡Hay que aprender a ser agradecidos! ¡Hay que hacer pedagogía de la gratitud y darles una lección a todos esos políticos tradicionales que nunca dijeron ni chis ni mus cuando las papas quemaban! ¿O acaso recuerda a Carlos Boloña, a Pancho Tudela, a Eduardo Farah, a Rafael Rey o a Manuel Masías sacando cara por usted? ¡Les comió la lengüita el ratón! ¡No se dijeron nada! Olvídelos. Además, está demostrado que los periodistas hacen excelentes políticos. Lo puedo firmar: se la llevan en primera. Jaime de Althaus y Aldo Mariátegui serán los mejores vicepresidentes que usted y el Perú han tenido jamás. ¡Qué tal gol de media cancha, ingeniero!
Atentamente,
Tomado de:
http://peru21.pe/impresa/noticia/prohibido-leer-antes-2032/2009-04-12/243694
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